Los niños aprenden de nuestra manera de comportarnos, de nuestra manera de vivir. Asimilan e interiorizan lo que nos ven hacer, no lo que les decimos que les conviene hacer. Y aunque esto parece obvio, continuamente volvemos a caer en el error, justificándonos en autoengaños para poder seguir haciéndolo mal, muy mal.
No aprenden cuando les dices que controlen el uso que hacen del móvil, mientras tú inviertes tu valioso tiempo entre pantalla y pantalla
- Aprenden cuanto controlas y te limitas a ti mismo el tiempo que pasas en Facebook, Instagram o whatsapp. Aprenden cuando apagas la tele, mientras afirmas convencido que la vida es mucho más interesante ahí fuera. Aprenden cuando decides dejar de tener la tele de fondo, y prefieres tener de fondo un sano silencio que te permita entenderte mejor.
No aprenden cuando les hablas de la importancia de leer, y al mismo tiempo no eres capaz de encontrar un asunto sobre el cual desearías aprender más
- Aprenden cuando lees, sea lo que sea (el periódico, un libro, los paneles explicativos de un museo, las instrucciones de un aparato,…), cuando perciben en ti la curiosidad de seguir aprendiendo, cuando te ven, a tu edad, que aún tienes tanto por descubrir… Cuando te esfuerzas por encontrar textos que te ayuden a conocer mejores maneras de vivir, por ejemplo, textos que te ayudan a encontrar mejores maneras de alimentarte y de alimentarles.
No aprenden cuando les dices que la alimentación es importante, mientras sigues fomentando en ellos el consumo de ultraprocesados y azúcares, elaborando y comprando alimentos hiperpalatables que les coartan su capacidad de educar su paladar, realizando postre tras postre repletos de harinas y azúcares
- Aprenden cuanto van contigo a la compra y observan que tu primera y más larga parada se sitúa en la zona de las frutas y verduras y que tu visita a la pescadería es frecuente, o cuando les dejas elegir el pescado que ellos quieran, o cuando te esfuerzas en modificar una receta para que sea saludable, cambiando el azúcar por fruta (y solo fruta). Aprenden cuando organizáis juntos una receta o un cumpleaños donde hay espacio también para la salud, y le haces protagonista, y os divertís investigando en la cocina. Aprenden cuando les demuestras que se puede conjugar placer y salud.
No aprenden cuando les dices que es saludable hacer deporte, mientras pasas tus días sentado en el sofá, o en la cafetería de la esquina
- Aprenden cuando te ven disfrutar paseando, corriendo, andando en bici, o cuando los llevas a hacer una ruta por la naturaleza, cuando te ven disfrutar de la naturaleza, asombrándote por cada nuevo paisaje. También aprenden cuando te ven encontrar la manera de moverte, aunque tus posibilidades (por razones de salud o por falta de tiempo) sean limitadas.
No aprenden cuando les riñes por su mal comportamiento, mientras les gritas diciendo: “En esta casa no se grita”. No aprenden cuando les exiges autocontrol, y tu sigues sin hacer nada por mejorar la manera en que gestionas el tuyo.
- Aprenden cuando te observan cómo eres capaz de mantener la calma ante la salida de tono de otra persona; e incluso aprenden cuando después de perder el control reflexionas sobre lo que has hecho, y decides que quieres mejorar. También cuando ante una dificultad decides pedir ayuda a un profesional, porque eso significa que estás comenzando a tomar el control de la situación. Aprenden cuando comprueban que día a día te esfuerzas por gestionar tus emociones, por aprender a permanecer calmado cada vez con mayor frecuencia.
Todos somos ejemplo, ahora más que nunca. Mientras escribo estas líneas pienso especialmente en los educadores, porque son una figura de peso en ese ejemplo que estamos dando. En alguna ocasión he visto las clases que durante este confinamiento imparten los profesores en rtpa o clan. Muchas veces, acertadamente transmiten valores y hábitos saludables, pero más veces de las que me gustaría observo justamente lo contrario (es tremendo el vínculo entre educación y comida, entre placer inmediato y felicidad). Estoy segura de que los errores que se puedan cometer son fruto del desconocimiento y no del desinterés, de ninguna manera pienso que sean intencionados, pero, ese desconocimiento no nos exime de responsabilidad, ni de la necesidad de mejorar.
Todos cometemos errores, es sano y natural, y la única manera de subsanarlos es reconocerlos y mejorarnos día a día. Cuando yo abrí mi consulta, hace ya algunos años, tenía caramelos en la sala de espera para los niños que acudían, a los niños les gustaba coger uno al salir de la consulta. Era evidente que el hecho de que acudieran contentos a las sesiones no dependía en absoluto de esas chucherías, así que comprendí que no estaba siendo un buen ejemplo para ellos, no necesitan ver caramelos en mi sala de espera, necesitan ver libros, programas educativos, frutos secos, juegos de ingenio, … Aunque un caramelo parezca inofensivo, los marcos relacionales que un niño va creando a su alrededor van haciendo mella en su manera de ver la vida, en los vínculos que genera con la comida, en su percepción de salud. Yo aún tengo mucho que mejorar, y habrá cuestiones de las que aún no me he percatado… pero una cosa está clara: también aprenden cuando nos ven a los adultos reconocer y subsanar nuestros errores, porque únicamente así ellos también podrán reconocer los suyos.
Seamos ejemplo, todos, cada uno en la medida en que podamos. No solo con nuestros hijos, sino también como sociedad: reinventémonos para que los niños de hoy sean los adultos que mañana puedan mejorar un poco más este mundo de locos (desnivelado, descompensado e incitador de todo tipo de hábitos insaludables y tremandamente adictivos) en el que vivimos. Observemos con sentido crítico, para que ellos también puedan entrenar su capacidad de razonamiento, dejando de dar por sentado que todo lo que aparece en la televisión o en las redes debe ser seguido y aceptado. Cada vez que veo a un adulto reescribir su manera de influenciar (y por suerte lo observo a menudo), siento que aún hay esperanza, por eso comparto esta publicación.