Nos educan para que nos sintamos culpables si rompemos algo que, se supone, debería durar para siempre.
Nos educan para que nos sintamos defectuosos si nos dejan, y también para odiar a quien ha decidido vivir su vida lejos de nosotros.
Nos educan para disimular, para vivir “aguantando” en lugar de razonar que nos merecemos vivir en armonía y en paz con nosotros mismos. Y nos limitan las frases del tipo: “las parejas de ahora no aguantan nada” o “el amor es luchar por encima de todo”; haciéndonos confundir el “va bien” con el simplemente “va”.
Nos educan para creer que hay algo disfuncional en las rupturas, cuando lo disfuncional es permanecer en un barco que ya se ha hundido por completo, disimulando las grietas, ignorando el agua que lo inunda… Aguantando la respiración.
Nos educan para que nos sintamos en la obligación de tener que pedir perdón por pretender decidir dónde y con quién queremos estar. Nos educan para sentirnos malos padres y malas madres si pretendemos decidir libremente, en lugar de razonar que mirar por nuestra propia libertad es un valioso y útil ejemplo para nuestros hijos.
Nos educaron para poner por delante lo “socialmente aceptado” en lugar de poner por delante nuestro propio bienestar y nuestro derecho a intentar ser felices. Nos educan para seguir como sumisas ovejas el criterio y los valores de una sesgada sociedad en lugar de los propios.
Nos educan para criticar a quien se atreve a dar un paso (romper una relación) que nosotros quizás queremos dar pero no nos atrevemos si quiera a reconocer. Y nos educaron para sentirnos en la obligación de dar explicaciones a quien nos critica, a quien nos juzga insanamente.
Aún a pesar de la evolución, la sociedad nos sique educando para fingir vidas perfectas y relaciones perfectas, para mirar con recelo a quien se ha cansado de aparentar.
Y esta presión social (junto a la inmadurez emocional, el dinero, la comodidad, el miedo a la soledad, etc.) es la que hace que nos cueste tanto dejar ir, o irnos a tiempo… Y esto quizás tenga mucho que ver con la facilidad con la que muchas personas simultanean relaciones, viven dobles vidas, aman a escondidas a terceras personas,…
Y es que nos cuesta mucho abandonar jaulas abiertas… y no porque seamos débiles, sino porque las trabas sociales asustan demasiado… Nos cuesta porque vivimos rodeados de mentiras, de apariencias, de críticas… Sin comprender que detrás de toda crítica hay alguien que permanece ciego hacia sí mismo.
Actuar con valentía es atreverse a decidir desde el propio criterio y los propios valores, aunque sea difícil, aunque los valores sociales y familiares actúen como obstáculos. Ser valiente es comprender que solamente tenemos una vida, y poner por delante la coherencia en lugar del miedo. Ser valiente es saltar por encima de obstáculos y prejuicios.
Ser valiente es actuar teniendo presente que el amor debería ser libre y transparente; ser valiente es luchar, pero también reconocer y aceptar que a veces es momento de abandonar la batalla.
¡Feliz San Valentín!
Feliz Vida y felices segundas, terceras e infinitas oportunidades de encontrar el amor.
Imagen: Pastel de Panadería Guindas Llanera